martes, 19 de agosto de 2014

domingo, 18 de mayo de 2014

Sobre LA VIDA SUSPENDIDA - Por Jorge D´Alessandro

El dibujador de sonrisas
Humberto Constantini demostraba en su poema-teorema “Álgebra[1] cómo los autos circulando por la Av. Cabildo armaban a coro la música de la soledad. Así, con elementos cotidianos, genera algo más grande, superior (tal vez esencial) que no vemos normalmente o elegimos dejar pasar. De la misma forma, los poemas de Andrés Lewin rescatan la ternura que, todavía, es posible en este mundo, poniendo el foco en varios microcosmos interrelacionados. Y sale a la cancha, apostando a esta tesis fundamental.

Los personajes de sus textos no son extraordinarios. Son personas que venden panchos, limpian vidrios, son amigos, perros o vagabundos. Pero con alguna palabra, acción o reflexión cambian y hacen del mundo un lugar mejor (aunque sea por el breve instante que dura cada poema). Y ahí está Lewin para retratarlos.
Por ejemplo,

“…porque el pibito bien sabe
que los vidrios
pueden limpiarse
pero las caras
¿y las caras?

reflexiona el limpiavidros de Alberti y San Juan mientras

“…el vendedor de panchos
un día ilumina

ilumina (tal vez) un corazón roto.

Escenas como éstas se suceden una tras otra en los textos que conforman la nueva producción de Lewin. Cada poema es un cristal mágico que hace aparecer en cuerpo y alma a estos personajes y su sabiduríen cualquier esquina. Cómo ese perro tímido que acompaña a los que pasean por el cerro o el vagabundo que duerme en el hotel de mil estrellas, Lewin sabe de lugares y de personas.

Otro gran protagonista de estos versos es el tiempo, que paradójicamente corre lento o se detiene. Una interrupción precisa, esperada, para que podamos besarnos realmente, dar un abrazo o esperar la sabia respuesta de Don Pascual. Pero también se suspende entre asado y asado (como dice Damián // la vida suspendida // entre asado y asado). Ese asado con amigos, principal motor para que el tiempo tenga sentido y siga su curso.

Lewin logra, con un lenguaje simple y sin rodeos, elevar situaciones aparentemente comunes a una categoría sagrada: encuentra sin esfuerzo lo mítico en lo cotidiano. La felicidad y la desesperación disfrazadas de gol.

Eleva las banderas de la ternura y la belleza con gran destreza y es imposible no ver una gran manifestación pidiendo por ellas. Como un gran dibujador de sonrisas, Lewin nos hace volver a sentir cosquillas y alegría con sus nuevos textos. Tal vez no haga falta preguntarle nada a Don Pascual.

jueves, 2 de enero de 2014

Texto leído en la Presentación del libro LA VIDA SUSPENDIDA

La candente mañana de Febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía (…) noté que las carteleras de fierro de la plaza Constitución habían renovado no sé que aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella, y que ese cambio era el primero de una serie infinita.

Así comienza el cuento EL ALEPH, de Jorge Luis Borges. Para quienes nos gustan los libros, hay veces que se hace inevitable hablar de Borges, que es también hablar del universo, del vasto universo que siempre hace de las suyas. Y también del tiempo. Qué hacemos con el tiempo, o qué hace el tiempo con nosotros. O mejor dicho, cuales son las condiciones para que el tiempo aparezca o desaparezca.

Este cuento de Borges, El Aleph, cuenta sobre una escalera en el sótano de una casa en la calle Garay, donde hay un Aleph. ¿Qué es un Aleph? un punto en el espacio que contiene a todos los puntos. Un punto donde están, sin confundirse, todos los lugares del planeta. El diámetro de ese punto es de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico está ahí adentro. En el punto están el mar, el amanecer, la tarde, las personas, todos los espejos del planeta y todas las hormigas de la tierra. En resumen, en ese punto está el universo entero.

Aunque yo no soy Borges, no tengo su maestría, su capacidad de síntesis, ni tampoco esos ojos que pueden ver a todo el espacio cósmico dentro de un punto de dos o tres centímetros. Pero hace poco tuve un sueño. No se trataba de un punto. No era Constitución, era el Abasto. Tampoco era una escalera en un sótano. Era un muro en una calle, una pared pintada de azul y amarillo. En esa pared, aparecían escritas unas cuantas palabras.

En el sueño, un pajarito que daba vueltas por ahí, de nombre Osvaldo, me sugirió que mire bien fijo a la pared, que intente recordarla, porque esas palabras eran todas mis palabras, todos mis poemas, mi propio Aleph. No se trataba del universo entero, pero sí de mi singular universo completo. El problema es que después uno se despierta, y olvida ciertas cosas.

Por ahí este libro, La vida suspendida, no es más que un intento por recordar la pared de mi sueño. O por ahí es más fácil,  y simplemente escribo tonta poesía para hacer algo con el tiempo.

¿Y por qué poesía y no otra cosa? Sin contar a las hormigas y las plantas, la mayoría de los que hoy estamos acá somos humanos, somos lenguaje. Y los humanos nos comunicamos con palabras. Y si se trata de palabras, entonces que sean tiernas palabras, pura cursilería. Porque como dice mi amigo Dieguito Materyn, entre la comodidad de la ironía o el riesgo de la cursilería, yo elijo lo segundo. En este mundo posmoderno, elijo, deliberadamente y a conciencia, apostarle a la ternura.

¿Y por qué otro libro? ¿Para qué? En un reportaje, a Woody Allen le preguntan por que sigue haciendo tantas películas a su edad. Y Woody responde: a mi me gusta hacer películas. Lo que sé hacer es hacer películas. Algunas van a ser mejores, otras menos, pero a mí me gusta hacer películas, entonces hago películas.


Y a mi me gusta escribir libros. Y voy a seguir escribiendo libros. Alguno será más logrado, otro menos. Pero es una de las formas que yo encuentro para que el tiempo aparezca.  

Andrés Lewin, Buenos Aires, Diciembre de 2013

lunes, 16 de diciembre de 2013

Anticipo de LA VIDA SUSPENDIDA

Las cosquillas

Don Pascual,
¿le puedo hacer una pregunta?
¿Conoce usted la razón
el motivo por el cual 
de repente llega una tarde
en que perdemos las cosquillas?
¿Existe acaso un día tal, Don Pascual
en que nuestra piel 
olvida la alegría?

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La apuesta

¿Y si sí?
¿Y si nos proponemos la alegría?
¿Y si al levantarnos sonreímos
nos miramos al espejo
y nos decimos lo lindo que somos?
¿Y si sí?
¿Y si entre todas las apuestas posibles
apostamos un pleno,
todos los ahorros
a la ternura, a la simple ternura?

Textos pertenecientes al libro LA VIDA SUSPENDIDA